lunes, 13 de julio de 2009

PALABRAS DE IGNACIO DEL VALLE SOBRE EL LIBRO DE JOAQUÍN LERA


En este vídeo el escritor Ignacio del Valle nos habla del libro La fragilidad de los espejos de Joaquín y a continuación el mismo Joaquín Lera, Pablo Méndez. Juan Antonio Muriel y Carlos Echegaray interpretan la canción Pagaré de Juan Antonio Muriel y Joaquín Lera. ( gracias monstruos por compartir conmigo esta tarde-noche de palabras, música y amigos).
Más abajo podéis leer el texto completo que Ignacio escribió para la ocasión. Gracias Ignacio de todo corazón.
Ignacio del Valle publica sus libros en la editorial Alfaguara por si queréis echar un vistazo o ver su blog: ignaciodelvalle.blogspot.com


LA FRAGILIDAD DE LOS ESPEJOS
Ignacio del Valle

Joaquín y los espejos. Joaquín a través del espejo y lo que Joaquín encontró allí. A Joaquín le obsesionan los espejos, y como el Tentetieso de Alicia, cuando emplea una palabra significa lo que él quiere que signifique. Es un equilibrista con dedos de atril y guitarra, alma de bemol y corazón de corchea. Un buen tipo, un tipo elegante, y como decía mi madre, la elegancia es ser coherente, no hacer tonterías y tener respeto por lo que haces. Joaquín se mira en espejos en llamas, en espejos inhóspitos, en espejos desencantados, en el espejo de hombres que habitan vidas como quien habita un presidio y nos hablan de sus particulares caminos de Canossa, pero al final el último reflejo en el cristal es la esperanza, y la vida, esa inagotable fuente de decepciones, porque es una fuente inagotable de esperanza.
Decía Flaubert que siempre había intentado vivir en una torre de marfil aunque mareas de mierda no dejasen de golpear sus muros y amenazasen con tirarla.

Alguien quiso cortarme la luz
Pero yo estaba amaneciendo
Mirando los espejos en el rompeolas.

Joaquín mezcla en su poesía el aceite y el agua, rinde culto a una bella figura que se entrevera con algo que yo no me esperaba: el misterio. Debe ser porque hay siempre un componente onírico en todos los espejos, un utatane, que dicen los japoneses, una fase intermedia entre la vigilia y el sueño, entre el control y la alucinación.

Los espejos de Joaquín intensifican, sensibilizan, enriquecen, por sus diferentes niveles de percepción y comprensión del mundo en cada uno de sus versos, y porque nos habla de que de algún modo todos estamos perdidos, no sólo en las ciudades, sino también dentro de nosotros mismos, y en medio del desarraigo, de ese viaje a ningún lugar, es capaz de hablarnos de lo profundo, y de todo lo que impulsa al ser humano, el erotismo, la desdicha, la herida, la existencia, la muerte, la belleza, el amor…

Sobre todo el amor, espejos llenos de caricias y besos, porque intuyo que Joaquín ha leído con aprovechamiento la afirmación de Scott Fitzgerald acerca de que toda vida consiste en acercarse y alejarse de una sola frase: te quiero. Intuyo que Joaquín, al igual que Drácula, es capaz de cruzar océanos de tiempo para encontrar a su Elizabeta, aunque al final, como buen vampiro, no se refleje en ningún espejo.

Al final, la conclusión es que tu fuerza se mide por tu deseo. Y que resulta inevitable perder de vez en cuando, el truco es no convertirlo en un hábito. Y que todos los espejos sirven para reflejarnos al lado de unos ojos donde mirarse, un corazón donde sentirse, una memoria donde recordarse: un espejo que busca a otro espejo.

Y como él dice: brillo, futuro, latencia, aroma.
Y como él dice: monstruo, amigo, maestro, canalla.



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